Desde tiempos primitivos, todas las artes, en especial la escritura, reflejaron los movimientos políticos, económicos y sociales de todos los territorios del mundo. En la actualidad: ¿Será cierto que se perdió el arte de narrar? ¿O cambiaron las sociedades y, por ende, las formas? ¿No se puede afirmar que ahora, más que antes, la gente está mejor comunicada y enterada de las cosas que suceden a su alrededor? ¿Cuáles fueron los factores que hicieron que se pasara de lo tradicional a lo moderno, tanto en la narración como en la lectura? ¿Será en todo caso que, nadie tiene más que contar, o llegamos a la época del no-narrador? Como si los textos y narraciones se contaran solos, de manera anónima.
Según Walter Benjamin
[1] el hombre transmite su experiencia a través de la narración, cuyo mejor lugar de escucha está ubicado en la figura del trabajo artesanal, refiriéndose al hecho de la transmisión oral de experiencias vividas por viajeros, en un lugar de distancia tanto de los hechos como de la zona geográfica. A partir de la guerra
[2], y en especial hoy en día, todos esos relatos se han perdido, ya no hay una transmisión oral de experiencias, ya no hay más sabios que guíen nuestras conciencias para atravesar el mundo que nos rodea. Su conclusión es que los grandes relatos se han quebrado.
Pensar en las posibles narraciones de hoy en día, es pensar en el atravesamiento de la experiencia misma, narrar nuestros propios sueños. Actualmente no hay lugar común para esos grandes relatos artesanales, a los que se refería Benjamin. Estamos rodeados de muchas perspectivas diferentes y de distintos puntos de vista que hacen imposible la forma de narración tradicional.
Benjamin dice: “Es como si una capacidad, que nos parecía inextinguible, la más segura entre las seguras, de pronto nos fuera sustraída. A saber, la capacidad de intercambiar experiencias.”
[3]Pareciera que a través de la imprenta y de esta nueva sociedad más secularizada, se hubiera perdido el arte de narrar. La imprenta surge en el siglo XV como una primera posibilidad para la reproducción fiel de escritos. No es casualidad que el primer texto impreso haya sido la Biblia, por una disputa cultural, económica y religiosa. Durante muchos siglos, la única persona que podía interpretar este texto sagrado era el ministro de Dios en la tierra. El hecho de su reproducción y de que cualquier persona tenga acceso a ella, acompañan a la crisis de valores del protestantismo en contra de la Iglesia, afirmando que cualquier sujeto puede interpretar la palabra de Dios.
Con el trascurso de los años, en los siglos XVII y XVIII, se imprimían enciclopedias y se empiezan a consolidar los medios de comunicación.
De la misma manera que para Benjamin la imprenta fue decisiva en el cambio de la narración, para autores como Charles Baudelaire
[4] el advenimiento de la fotografía en la misma época, a partir del capitalismo, dejan a un lado las grandes pinturas, que precisaban de la mano del hombre para producirse (forma artesanal). “El capitalismo acabó con todo eso”. Es a partir de esta nueva modalidad que los escritores y poetas empiezan a escribir por el sólo motivo de ganar dinero, no por una necesidad de expresar un sentimiento o capacidad.
Esta crítica tiene un pequeño acercamiento a la discusión que mantienen en el cuento de Rodolfo Walsh “Fotos” los protagonistas con respecto a la fotografía. Dedicarse al arte, para Mauricio, era fotografiar todo lo que lo rodeaba, y lo que usaba para vivir eran esas fotos de “chicas de primera comunión”. La suya era una posición muy discutida con el negro, quien tenía una visión distinta sobre el tema. Para Jacinto el arte era el de alta cultura, no la utilización de un artefacto mecánico que hace todo el trabajo.
En el siglo XIX se empiezan a diferenciar y ordenar las nuevas formas de comunicación, adquiriendo una consciencia de los efectos que causan. Así, se producen nuevos géneros como la novela
[5]. Para Benjamin, el novelista es el individuo separado del resto, más individualista y ajeno a los acontecimientos del prójimo, “ese intento de legitimación corre a contrapelo de la realidad”
[6]. Al contrario, el narrador cuenta su experiencia a quienes lo rodean, y de ésta manera sus oyentes, a partir de una atención constante, transmiten esos conocimientos a otros.
Tanto las novelas como los folletines y las gacetas se van arraigando como industria, y utilizan estrategias de mercado para ganar público y, por ende, dinero; además, apoyan procesos de inmigración y contribuyen también a la alfabetización de los pueblos. Géneros como el de non-ficción (que toma elementos de la ficción para ayudar a entender los acontecimientos que suceden en la realidad), hacen que se genere una inclusión social mayor, que va en contra de la ideología de las clases letradas o de la alta cultura
[7]. Por otro lado, hay un cambio del cuento tradicional al moderno que se da también por un motivo social: el surgimiento de la burguesía y una avanzada secularización.
De esta manera, tanto las narraciones como los cuentos, adquirieron modos nuevos de realización. Se reemplazó la “cualidad fáctica del cuento tradicional” y surgió lo que el autor Jaime Rest
[8] denomina “actitud lírica”. Hay un proceso de intervención de lo psicológico, la ambigüedad y la fragmentación. La preocupación de los autores por un seguimiento de sucesos en el cuento moderno penetra en la experiencia de la vida misma formando parte de lo social, generando “dimensiones ilimitadas”. Una de las principales observaciones que pudieron extraerse de la índole tradicional que poseyó el cuento hasta el renacimiento fue su “naturaleza fáctica”. Este tipo de narración considera dos variedades: lo maravilloso y lo realista. El primero, presenta situaciones sobrenaturales (milagros, santificaciones). El segundo, se refiere a situaciones de la vida cotidiana.
Es así como, a mediados del siglo XIX, se produce el surgimiento de lo masivo. Benjamin lo afirma diciendo que,
Con el dominio constituido de la burguesía, entre cuyos instrumentos más importantes, en la etapa de comunicación que, debe contarse a la prensa, por lejos que se encuentren sus orígenes, nunca había influido de manera determinante sobre las formas épicas, pero actualmente sí lo hace. Y sucede que esa forma de comunicación no sólo es más extraña a la narración, sino que es mucho más peligrosa para la narración que para la novela, a la cual con todo, conduce a una crisis. Esa nueva forma de la comunicación es la información
[9]Es una nueva era dónde las comunicaciones empiezan a dominar el mundo, y con ellas culmina el modelo liberal de Adam Smith. Años de gran crecimiento económico que se verán interrumpidos por dos guerras mundiales. Muchas fueron las críticas producidas por grandes pensadores de la Escuela de Frankfurt
[10] a estas nuevas sociedades donde los medios masivos de comunicación han convertido el tiempo de ocio y la cultura en general en una industria más, una industria para el consumo de sus productos, y en torno del modo en el que esta nueva industria promueve el conformismo, mina la creatividad y anula las capacidades propiamente humanas, entre ellas, la capacidad de narrar, de transmitir vivencias de padres a hijos, o entre culturas a través de la oralidad (alma de la narración), convirtiéndose en un “fenómeno en decadencia”
[11]. Ante las grandes obras que invitaban al receptor a cuestionarse y ser consciente de ello, con el surgimiento de lo que ellos denominan industria cultural, se produce un quiebre: se disuelve ese germen crítico y hay una búsqueda por el placer inmediato y la espontaneidad. No hay una ideología que respalde la obra, ya que esta industria convierte a la cultura en mercancía. El individuo es cómplice de un sistema dónde participa de manera inconsciente generándole necesidades donde no las hay, hasta el punto de consumirlos en estado de distracción.
Para Benjamín
[12], la reproducción técnica de la obra de arte significaba la destrucción del modo aureático de existencia de la obra artística, en nuestro caso del arte de narrar. La reproducción técnica entraña una carencia que no es otra que “la autenticidad”, esto es, el “aquí y ahora” del original, una autenticidad en cuanto autoridad plena frente a la reproducción, incapaz de reproducir, precisamente, la autenticidad. Benjamin propone el término “aura” como síntesis de aquellas carencias: falta de autenticidad y de testificación histórica. “Resumiendo todas estas carencias en el concepto de aura, podremos decir: en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de ésta”
[13].
Su valor como obra ya no radica en el contenido, tiene que ver con la circulación de los bienes.
Estos autores, mencionados anteriormente, condenaban una historia que negaba la “realización de lo que alguna vez habían sido los anhelos más optimistas con respecto al futuro del hombre”
[14].
Por otro lado, en referencia a la información, Benjamin la contrapone a la narración. “Para la información es inevitable el aparecer como plausible. De ahí que sea incompatible con el espíritu de la narración. Si el arte de narrar se ha hecho raro, la extensión de la información ha tenido una participación decisiva en ese resultado”
[15]De la misma manera que lo hace Benjamin, otros autores críticos más actuales, pero de la misma línea de análisis que los autores de la Escuela de Frankfurt, critican el término “información”. Es el caso de Antonio Pasquali, que desde un punto de vista más comunicacional diferencia información de comunicación. Afirma que muchos términos tendrían que ser recategorizados, términos que se desprenden de la relación entre la sociedad y los medios de comunicación
[16]. Para él, información y comunicación son incompatibles. El primer término carece de “univocidad lógica”. No hay diferencia entre una máquina o ser humano que genere información; es sólo un estímulo y no un diálogo como sucede en la comunicación. La información no permite el intercambio y no reconoce al receptor como sujeto ético y moral, sino que se reserva como un proceso de vehiculización unilateral destinado a una homogeneidad de masas, un mensaje único para muchos sujetos, donde unos hablan y otros escuchan. Esta alocución busca empequeñecer, adueñarse y alienar al receptor. No admite respuesta.
El tipo de sociedades en el que estamos inmersos hoy en día, son sociedades, como pensaba Benjamin, dónde prima la información por sobre la comunicación, la cual está culturalmente subdesarrollada y sometida al monopolio político y económico de los medios de información, en donde el receptor se frustra por la mudez, alienación, incomunicabilidad, inaccesibilidad, se lo reconoce como un objeto.
“Cada mañana se nos informa sobre las novedades de toda la tierra. Y sin embargo somos notablemente pobres en historias extraordinarias. Ello proviene de que ya no se nos distribuye ninguna novedad sin acompañarla de explicaciones. Con otras palabras, ya casi nada de lo que acaece conviene a la narración, sino que todo es propio de una información.”
[17]Tal vez cabe preguntarse por qué Benjamin utiliza como momento de cambio las guerras mundiales en relación con el final de los grandes narradores. Una de las respuestas posibles es que las historias y las tradiciones que se conocen actualmente son, en general, escritas por quiénes ganan y vencen. Las voces de los otros son acalladas o no llegan a ser escuchadas. Y esto se puede ver desde los indígenas y colonizadores, hasta el levantamiento del peronismo en la Argentina el 17 de octubre
[18]. Es, quizás por este motivo que, por ejemplo, la autora Alcira Argumedo busca reconstruir esos silencios.
Otra de las razones que puede ser paralela a la anterior, es que a partir de las guerras mundiales queda instaurado el modelo económico que conocemos hoy en día, y que, gracias a él, o mejor dicho por desgracia, se entretiene a la gente para que no pueda reflexionar y no pueda darse cuenta de las malicias que invaden a este mundo.
De esto se desliga también que todas las noticias son iguales; tiene el mismo peso que en África se mueran los chicos de hambre, que en algún lugar remoto del mundo alguien se haya ganado un cero kilómetro y pueda mostrarlo por televisión. Todo está tan naturalizado hasta, muchas veces, tan simplificado, que no tiene el mínimo valor. Y como todo es igual, qué importan los grandes narradores o las grandiosas historias de antepasados.
Es cierto, y me hace estar de acuerdo con un autor tan examinador como Benjamin, que las nuevas generaciones, cada vez más apartadas del saber leer y escribir de manera sintética, analítica y crítica, a las cuáles también pertenezco, se encuentran más enajenadas de estas sabidurías, de las historias que pasaban de generación en generación, haciendo reflexionar a uno sobre el mundo, tanto interior como exterior de las cosas. Hoy en día la gente vive descreída de lo que sucede a su alrededor, producto de la cultura de masas y de los medios masivos en particular. Lamentablemente, es algo que sucede y de lo cual no podemos estar ajenos. Caparrós
[19], icono de la crónica periodística nacional, declara que los medios escriben “para un lector que no lee” y llenan las páginas de sus diarios con fotografías, recuadros, infografías, dibujitos y deberíamos agregar, anuncios publicitarios.
En la actualidad, Internet y el ciberespacio también nos alejan de la hoja de papel impresa, ya no importa la imprenta, tampoco se puede tocar el papel. Tampoco interesa la identidad del sujeto, porque en Internet cualquiera puede ser quién quiera. En el momento de pérdida de vigencia de las nacionalidades, la raza, el género y la religión, se darían las condiciones para el advenimiento de una cultura que enfatizara los factores convergentes por sobre los divergentes entre seres humanos. De esta manera, se contribuiría al surgimiento de una sociedad global “basada en la tolerancia y la comprensión”. Con la posibilidad de comunicarse, se daría origen a las “comunidades virtuales.”
[20]Gran parte de lo que dicen estos autores es cierto, pero de sus diagnósticos de este proceso de absorción de la cultura no permiten entrever como liberar a las sociedades y en especial a la cultura de esta mecanización de la industria, no dan respuesta de cómo escapar de la supuesta bastardización de la cultura que nos presentan.
Las formas cambiaron, las sociedades y la economía también, ya no hay manera de volver a lo tradicional. Pero, al mismo tiempo, es bueno que las cosas evolucionen y estén en continua transformación, y no sean siempre iguales. Por suerte, aún hay grandes cronistas que como dice Benjamin “En la amplia banda de la crónica se distribuyen los géneros narrativos, como los matices de un mismo color. El cronista es el narrador histórico”
[21]Hay que reconocer que gracias a las nuevas formas de comunicación e información, la cultura ya no sólo pertenece a la alta “burguesía” y se ha hecho más popular, sirviendo para alfabetizar a las sociedades.
Al fin y al cabo, si todo fuese como explican los críticos de la Escuela de Frankfurt, estaríamos inmersos en un caos, dónde los únicos que estarían alfabetizados y serían dueños de la cultura son las clases altas, entre ellas la iglesia. ¿Qué quedaría para el resto, sino sólo las sobras de lo que ellos consideran cultura?
[1] Walter Benjamin, “El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Sobre el programa de la filosofía futura, Planeta Agostini, Barcelona, 1986.
[2] W. Benjamin analiza los relatos realizados por Nicolai Leskov que desde fines de la guerra mundial de 1914 se intentaron conocer sus narraciones.
[3] Walter Benjamin. Op. Cit. Pág. 189.
[4] “La modernidad maldita”, biografía de Charles Baudelaire (1821-1867) [en línea] disponible en:
consultado el jueves 19 de junio de 2008
[5] La primera novela castellana es el “Don Quijote” escrito por Miguel de Cervantes Saavedra, editado en 1605. Para Benjamin en las novelas: “están privados de tino y no contienen ni siquiera la menor chispa de sabiduría” (Pág. 193 “El narrador”)
[6] Walter Benjamin, “El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Sobre el programa de la filosofía futura, Planeta Agostini, Barcelona, 1986. (Pág. 193)
[7]Aníbal Ford y Jorge B. Rivera, “Medios de comunicación y cultura popular”, Legasa. Buenos Aires, 1985.
[8] Jaime Rest, “Estudio preliminar”, en El cuento tradicional y moderno, Editores de América Latina, Buenos Aires, 1999.
[9] Walter Benjamin, “El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Sobre el programa de la filosofía futura, Planeta Agostini, Barcelona, 1986. (Pág. 194)
[10] Adorno, T.W. y Horkheimer, M.: “La industria de la cultura. Iluminismo como mistificación de las masas”, en Dialéctica del Iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1987
[11] Walter Benjamin, “El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Sobre el programa de la filosofía futura, Planeta Agostini, Barcelona, 1986. (Pág. 192)
[12]Benjamin, W.: “La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica”, en Discursos interrumpidos I, Taurus, Madrid, 1987.
[13] Ibidem.
[14] Adorno, T.W. y Horkheimer, M.: “La industria de la cultura. Iluminismo como mistificación de las masas”, en Dialéctica del Iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1987
[15]Walter Benjamin, “El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Sobre el programa de la filosofía futura, Planeta Agostini, Barcelona, 1986. (Pág. 194)
[16] Antonio Pasquali, “Teoría de la comunicación: las implicaciones sociológicas entre información y cultura de masas. Definiciones” Editorial: Monte Avila Editores, Caracas, Venezuela, 1977.
[17] Walter Benjamin, “El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Sobre el programa de la filosofía futura, Planeta Agostini, Barcelona, 1986. (Pág. 194)
[18] Alcira Argumedo, “Los silencios y las voces de America Latina”, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1996
[19] ZANONI, Leandro, Habla Martín Caparrós (entrevista) [en línea] Disponible en Internet en consultado en mayo de 2007.
[20] Tomás Maldonado, “Crítica de la razón informática”, Barcelona, Paidós Ibérica, 1998
[21] Walter Benjamin, “El narrador: Consideraciones sobre la obra de Nicolai Leskov”, Sobre el programa de la filosofía futura, Planeta Agostini, Barcelona, 1986. (Pág. 200)