martes, 10 de junio de 2008

Texto narrativo a partir de memoria de un espacio.

En desierto no llueve.

Semana santa. Cuatro días, recorriendo la provincia de Mendoza, San Juan, La Rioja, Córdoba y Santa Fe.
Que miedo, ya era tarde para andar por esa ruta, llena de badenes y animales sueltos. Era una montaña rusa, subíamos hasta no ver más que el horizonte y de pronto desde esa altura bajábamos hasta el centro de la tierra. La verdad es que estaba asustada. A medida que avanzábamos, nos adentrábamos en la oscuridad de la noche. Era escalofriante, alrededor de la ruta muchas montañas, formando una cadena que no tenía principio ni final. Pero eso no era lo peor, esos relámpagos que se prendían y apagaban, al ritmo de alguna canción de rock pesado. Sí la verdad que daba miedo. Pero no había de qué preocuparse, si en esas zonas no llueve nunca, menos en semana santa, porque hasta sufren de sequías.
La meta era llegar, eso decía la hoja de ruta: “Día viernes, noche en el Valle de la Luna”. Pero ¿se podría acampar allí? Con la oscuridad de la noche me costaba mirar para adelante y fijar la vista, eso que yo no manejaba, no era por la ruta, sino por los animales que sin temor se cruzaban por el camino.
¡Se movió algo! Hasta que le brillaban los ojos. Un caballo, que después de asustarlo con un concierto de bocinas, escapaba al galope alejándose de nosotros para perderse en la oscuridad.
El camino era infinito, y un cártel nos avisaba que más adelante el se haría más angosto, con una pequeña red de cascotes que parecían miguitas de pan, se señalaba le nueva forma de la ruta improvisadamente, porque si se seguía de largo, caíamos a una especie de precipicio de dos o tres metros de profundidad.
¿Cuánto faltaría? ¿Aparecerían extraterrestres? Estaba más asustada por ese tipo de motivos, que porque el camino se ensanchara o achicara, o si lastimábamos a algún animal con el auto.
De pronto después de una curva muy cerrada, se abrió paso hacia nosotros una caravana de luces rojas pertenecientes a otros coches, que nos mostraban la entrada al famoso Valle de la Luna, en la Provincia de San Juan.
Mucha gente, mochileros, extranjeros recorriendo nuestro país, que hablaban en alemán, francés, inglés y nosotros, nuestro primer viaje de tantos kilómetros de recorrido, hacia lugares desconocidos para mí.
Después de un día increíble en Mendoza, detenidos en un camping en la base de una montaña, esa noche posterior acamparíamos en el Valle de la Luna, una reserva natural.
La oscuridad se hacía cada vez más espesa, y se levantaba un viento que no parecía amigable, pero no estábamos asustados por eso, nunca llovía en esas zonas. Armamos bien la carpa, por las dudas que haga frío, comimos lo que sobró del medio día, y nos acostamos a dormir, al otro día sería una jornada muy larga y había que descansar.
En medio de la noche, un viento increíble se despegó sobre nosotros, abrí la carpa para ver el cielo y la tormenta, y mi sorpresa fue notable, estaba en medio de la luna, el piso todo liso y arenoso, como si nunca nadie hubiera caminado por él. La luz azul, como si la luna fuera la última vez que brillara.
Después se largó la lluvia y Hernan que dormía a mis pies cada vez se hundía más en la humedad de la carpa mojada. Me daba gracia porque se había peleado con otro de los chicos para dormir ahí. Y en medio del ruido de la tormenta, un sonido como de un burro que gritaba entre el viento y la lluvia. No sabía si estaba soñando o era real. Al otro día y después de tanta agua, supimos que sería una anécdota inolvidable, y que aunque sea zona de sequía llueve cuando quiere. Ahora bien, ¿había bajado un burro de la montaña, o era un extraterrestre?

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